No podemos cambiar el mundo, pero podemos hacer espacio para que lo más hermoso de la vida se manifieste. No podemos erradicar la violencia pero podemos crear momentos plenos de belleza. No podemos luchar contra lo atroz, pero podemos regalar caricias y sonrisas. No podemos hacer nada para detener las guerras pero podemos dar abrazos y decir: lo siento, te amo. No podemos liberar a los reprimidos pero podemos cantar y danzar.  No podemos detener el sufrimiento pero podemos gozar, si podemos. No está en nuestras manos acabar con el hambre pero podemos comer y cocinar con devoción y gratitud. Hacer real lo más bello. Y hacer que exista, si podemos. Yo estuve ahí. Yo lo viví. La cara hermosa de la vida estrechó su mejilla contra la mía.

Quiero empezar a madrugar. Anoche me preparé para despertar a las 4:45 am.  Quería escribir, fregar los platos, regar las matas, preparar un desayuno rico para cuando mi familia se levantase y pasar el resto del día sin apuros, puntual. Escribí inspiradora frase de Rumí en mi agenda: “La brisa de la mañana trae secretos para ti, ¡no te vuelvas a dormir!” para sentirla dentro de mí cuando el momento más difícil de mi día llegara: la hora de dejar la cama. Contenta por tener un nuevo teléfono con nuevos tonos, escogí, entre tantos, uno con el cual podría gustarme ser llamada a cruzar hacia el mundo tangible: un gong.  Me aseguré de que sin falta sonaría la alarma mirando el dibujito de campana al lado de la hora. Confirmé que estuviera el pm de la noche versus el am de la hora programada.  Escogí la opción de  volver a sonar cada diez minutos, aunque pensé “con tanta  motivación para  despertarme a esa hora, no creo que sea necesario. Esta vez es firme mi propósito”.

4:45 am: lo dice el reloj pero yo no lo sé porque no estoy en el mundo de las horas. Me encuentro muy ocupada soñando quién sabe qué -solo algunas veces logro traerme mi saquito  de recuerdos del otro mundo-. Una bulla que molesta me inquieta y desconcentra. Necesito con urgencia que se calle para poder vivir lo que estoy viviendo. Mi cuerpo da varias vueltas y se arropa mejor. Deseo mantenerme allí resolviendo el trascendental asunto. Iván se levanta y apaga el gong. Mi propia voz a lo lejos me recuerda a Rumí, pero es apenas un susurro que no dejo penetrar mi sustancial mundo onírico. Una comparsa de pájaros quiere ayudarme a encarnar mi resolución y sonrío agradecida, pero me acurruco sabroso dejándome llevar otra vez, hasta que dejo de oírlos. El sol sube, entibia, ilumina la habitación. Ainoa, mi hija pequeña, toma nuevamente la delantera al despertar. El haber tirado por la borda las horas que había reservado para mi propia intimidad (redundancia que considero válida porque la intimidad puede ser también con otro) me hace confrontar la primera frustración del día y el fracaso me hace querer dormir un poco más. Antes de abrir lo ojos me aseguro de haberme reconciliado: “necesitaba descansar” me convenzo a mí misma. Pensar en que el mundo de los sueños necesitaba de mí un rato más también me alivia. Reconozco, además, que a mi plan de madrugar debo añadirle acostarme más temprano. Despierto, hay que apurarse, es tarde…

Lo bueno es que el sol volverá a esconderse regalándome una nueva oportunidad para esperarlo despierta. Mañana sin falta madrugo. Mañana, seguro que sí. ¿Me acompañan?

Movida por cierta sintomatología recurrente, estudio la evolución de mi árbol genealógico.

Ayer comencé a dibujarlo según la información que está en mi consciente. Es bello. Cómo las ramas se unen y nacen raíces. Aunque a veces es difícil distinguir si son raíces o son ramas. Parecen más neuronas o venas. Sí, todo ese ser soy yo. Y mis hijas. Soy una parte viva de este gran árbol que se remonta, cómo no, a los mismos orígenes del hombre y más atrás seguramente. Es una de las cosas a las que me aferro cuando quiero una dosis de eternidad. Practico el identificarme con este gran ser y des identificarme conmigo para sentirme eterna. Gotas de mi ADN seguirán fluyendo hacia cuerpos humanos que quizá lleven en sus memorias algunas de mis obsesiones, de mis desasosiegos, de mis encantos. Y si el ADN de mis ancestros me construye, si una aleatoria mezcla de sus genes me ha hecho ser quien soy, ¿quién quería ponerse a escribir y no lo hizo? ¿Quien bailó para ganarse la vida? ¿Quién quiso construir un edén de flores?, ¿quién, treparse por las rocas o meditar hasta auto disecarse? Veo que mi venida a este mundo fue un gran azar. Es cierto, la venida de cualquiera es un gran azar, pero la mía, entre todas ellas fue un azar excepcional si hubiese tal. Y ¿entonces? ¿Qué vine a reparar? ¿Qué, a denunciar? ¿Qué vine a crear?  Yo, esta que está aquí, no mis abuelas o bisabuelas,  “me-mí-para mí-conmigo” qué hay de auténtico en mí qué solo me pertenezca a mí.

Deseo que todos se liberen de la ilusión de la culpa que con barrotes invisibles cercenó la libertad de sus corazones. Deseo que todos los secretos queden perdonados, que todo salga a la superficie y que aún las historias más funestas y terroríficas se pongan sobre la mesa y nos riamos de ellas. Tatarabuelos, bisabuelos, abuelos, padres, sentémonos en una mesa redonda, contémonos las historias y sanemos juntos. Armen todos juntos una sola bendición que reciba mi descendencia y la de hermanos y cuñados. Que los próximos vengan a vivir sin su propia vida, libre de ataduras arrastradas, gozosos de conciencia y  de dicha. Deseo sacar a colación todo de mí y revertir hasta lo más oscuro para que nada lo hereden ellos. Que mis nietos y bisnietos solo me sostengan en alguna foto, algún relato, algún libro mío o video y allí esté yo inspirándolos a vivir su propia vida, sana, deslumbrante, vibrante, libre. Recordando a ratos o leyendo a la abuela Avryl.

Hoy el día amaneció color azul pitufo. Sin una sola nube en el cielo, la luz del sol cae sobre todas las cosas embelleciéndolas. Hoy, para rematar, desayuné naturista: arroz, lentejas, vegetales y yogurt. Faltó hacerlo a la hora adecuada, pero poco a poco. Esto es parte de una medicina que yo misma me receté: llenarme de amor. Cocinarme calentito, colorido y esmerado como a una bebé que amo y sentarme a darme ese baño de miel para sanar mi sangre y mis penas.

Hoy sé que estoy a la mitad del ciclo. Veo la luna llena y sé que hace una luna exactamente hacía el amor al aire libre con Iván quien quedó encantado por cómo la luz de la luna caía sobre mis  pechos y los bebió. Esto de usar la luna para medir mi tiempo me está gustando cada vez más. Dibujando los diagramas lunares siempre recibo la saciante sensación de ubicarme en el tiempo y el espacio. La luna y la tierra están dando vueltas todo el tiempo y en el medio de todas esas esferas en movimiento estoy yo. Ya sé que mi sangre bajará cuando la luna se vacíe de nuevo pero esta luna no será noviembre sino diciembre, nombres que hemos inventado. Si la próxima luna fuese en noviembre otra vez, estaríamos atrapados en una rueda. Si para la próxima luna, mis hijas no crecieran ni me salieran nuevas canas estaríamos en una eternidad sobria. Espero que mis hijas y mis nietas sepan observarse dentro de estas esferas que dibujo acompasadas con mi sangre. Que se sientan, ellas mismas, el centro de esta geometría sagrada que danza a nuestro alrededor. Quizá en alguna de célula de mis tataranietas, esté yo, lo mejor de mí, espero, viendo el movimiento y gozando de eternidad.