El sentido de la vida
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21 de septiembre de 2022

El sentido de la vida

Reflexiones después de ver a Dudamel en Liceu el 20 de septiembre

El mundo está dividido en dos bandos: quienes creen que la cultura es un accesorio del que se puede prescindir, y quienes piensan que la cultura es la finalidad de la existencia humana.

Existimos quienes nos sentimos intrigados por cuál es el sentido de la vida. Para qué es este cuerpo/mente/alma con esta configuración y estas funcionalidades. Algunos dicen amar, otros dicen sufrir, muchas personas asumen que la finalidad de la vida es alcanzar la riqueza material, otras, dan por sentado que es alabar a Dios. Hay quienes expresan que el sentido de la vida es precisamente darle sentido a la vida. Y quienes defienden el hecho de que existir tiene sentido en sí mismo. Así lo expresan muchas de las personas que vienen a mis retiros y formaciones. Retiros Espirituales

A mi entender, la música -de lo que puede derivar el arte y la cultura en general-  es el sentido de la vida y te voy a explicar por qué.

El cielo del Gran Teatre de Liceu, ayer cuando pensaba en el sentido de la vida

Tenemos un cuerpo con una libertad de movimiento que ninguna otra manifestación en este planeta tiene. También contamos con un sistema nervioso que nos señala una amplia gama de sensaciones que pueden polarizarse en placer y dolor. Nuestro instinto de supervivencia nos hace diferenciarlos muy bien, relacionando, básicamente, placer a “sobrevivir” y dolor a “peligro de muerte”.

Así que, vamos por la vida huyendo del segundo y buscando el primero, cada cual, a su manera, -con su infinidad de consecuencias-. De lo que no cabe duda es que tenemos la capacidad de elegir, ítem que también podría debatirse, ya que muchas elecciones las hacemos de forma inconsciente. Sin embargo, entre nuestras capacidades está también el hecho de darnos cuenta, incluso de que tenemos mecanismos “inconscientes”. Vaya, una paradoja, esta contradicción es quizá la virtud más grande de la conciencia humana: hacer consciente lo inconsciente.

Además de todo esto, tenemos memoria, en la que almacenamos no solo los recuerdos como si fuesen retazos de una película, sino las impresiones, las emociones que han dejado huella en nuestro sistema nervioso. Por no hablar de otras tantas capacidades de la mente como la imaginación, el análisis y la capacidad para crear el dúo “práctica y teoría” y  hacer del él una simbiosis nutritiva.   

Los cinco sentidos (que siempre me han intrigado por qué son estos y no otros, y cómo puede haber relatividad incluso en ellos, que son la forma básica con que percibimos el mundo), son el origen (¿o el destino?) de la experiencia humana y gracias a ellos estamos en una constante e inevitable cópula con la vida, activando todos nuestros demás procesos, movimiento, pensamiento abstracto, memoria, etc.

El cuerpo, con la posibilidad de explorar el espacio debido sus rangos de movimiento y, al mismo tiempo, la sujeción del cuerpo a la tierra gracias a la fuerza de gravedad, que le permite al mismo tiempo estar atado y  anhelando el vuelo.

Cuando contemplo la totalidad de todas nuestras funcionalidades, me sorprendo.  La capacidad de estremecernos por un sonido que entra en nuestros oídos, y al mismo tiempo, nuestra habilidad de descubrir o intuir las matemáticas presentes tanto en el cielo nocturno como en nuestras rutinas cotidianas. Las geometrías, los ritmos, la emoción que se manifiesta y se almacena en forma de armonía y la infinita posibilidad de creaciones que permite la música, parecen hacer de ella el lugar de encuentro de todas las funciones humanas. El placer que causa tanto en quien la compone, como en quien la ejecuta y quien la recibe Un placer que arropa la angustia, el sufrimiento, el desgarro, la esperanza, la simpleza y toda la gama de emociones nunca dejará de asombrarme.

El silencio de Dudamel en Liceu

Así lo viví ayer en el concierto de La orquesta de París dirigida por Gustavo Dudamel en el Gran Teatro de Liceu. El silencio del espectador suspendido ante la escucha, y de los espectadores conformando ese ente que llamamos público, una unidad que reconforta, al menos por un breve lapsus de tiempo, todo sentimiento de desintegración.

Así pues, pienso que comer, bañarse, vestirse, aprender, viajar, la salud, el amor, el dinero, y el tan codiciado desarrollo humano, no es algo secundario, evidentemente, es importantísimo, precisamente  porque está al servicio de lo que para mí es el sentido de la vida: la música.

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