¿Está sobrevalorada la maternidad?
He escuchado más de una vez a algunas mujeres con una actitud altiva y una seguridad absoluta, expresar su decisión de no tener hijos con palabras como: “¿para qué dedicar tu vida a otro ser humano?”, “!Vaya desperdicio!”, “con tanta gente que hay en el mundo, ¿para qué traer a una persona más?, ¡es anti-ecológico!. Debo confesar que, ante estos comentarios, despiertan muchas voces en mi interior y me cuestionan mi vida, madre de dos hijas, fiel devota de ambas, por quienes he renunciado a diversos placeres que me hacían sentir muy viva.
Cada mañana, agradezco a la vida. Amo ser madre. Si al ver florecer una flor siento asombro y admiración; si con los animales siento gran conexión al verlos moverse, al ver sus ojos, al percibir su alma, no puedo explicar lo que experimenta mi cuerpo y mi espíritu al ver el brillo en los ojos de mis hijas, al tener esa conexión profunda entre mi corazón y el de ellas. La feminidad es sagrada. Eres la tierra andante, abierta a recibir las semillas y engendrar los frutos, eres canal de otras almas, vehículo que conecta al cielo con la tierra. Fecundar, crecer, nacer, amamantar, amar, educar, liberar. La emoción de ver a los niños moverse por sí mismos, presenciar el paso del no-existir, al sí-existir, de aquello que antes estaba vacío y ahora ocupa un espacio, genera un calor. Aprehender la paradoja de traer al mundo a un ser y aún así, no sentirte su dueño. Apreciar la fusión de dos cuerpos en uno, dos espíritus en uno, una nueva mezcla, un nuevo llamado del alma que quiere venir a tener
experiencias humanas. Ser madre, la máxima prueba de humildad, entregarse, abrirse, deformarse, transformarse, volverse tan vulnerable… Cuánta valentía es necesaria para convertirse en madre. Cuánta grandeza es necesaria para experimentar la magnitud de ese amor. Verse en otro ser, sentir el contacto de tu propia piel, fuera de ti, saber que te desplegaste, te reprodujiste, te desprendiste y sigue perseverando la vida, la humanidad. Tu ego se disuelve al sentirte servil para otro, al sentirte vivo en otro. El amor a los hijos es el único amor real, es allí donde la irracionalidad y la racionalidad se mezclan y eres más humano que nunca, al conmoverte ante tu hijo, al amarlo, al cuidarlo, al educarlo. Crecer con los hijos, vivir con los hijos, ya hay a quien dar un ejemplo, ya hay ante quien ser un héroe, un Buda, un universo, un soporte. Es absoluta la necesidad de convertirte en mejor persona, en un ser que busca la perfección.
Así como cuando amanece y comienzas tu día haciendo algo útil -y luego te sientes relajado el resto del día porque hiciste aquello que tenías que hacer- pues así se siente ser madre. Se siente estar cónsono con el universo. Engendrar la vida. Ser parte del ciclo y experimentar el más puro amor que puede sentirse mientras se ande por esta Tierra.