El arte de madrugar
Quiero empezar a madrugar. Anoche me preparé para despertar a las 4:45 am. Quería escribir, fregar los platos, regar las matas, preparar un desayuno rico para cuando mi familia se levantase y pasar el resto del día sin apuros, puntual. Escribí inspiradora frase de Rumí en mi agenda: “La brisa de la mañana trae secretos para ti, ¡no te vuelvas a dormir!” para sentirla dentro de mí cuando el momento más difícil de mi día llegara: la hora de dejar la cama. Contenta por tener un nuevo teléfono con nuevos tonos, escogí, entre tantos, uno con el cual podría gustarme ser llamada a cruzar hacia el mundo tangible: un gong. Me aseguré de que sin falta sonaría la alarma mirando el dibujito de campana al lado de la hora. Confirmé que estuviera el pm de la noche versus el am de la hora programada. Escogí la opción de volver a sonar cada diez minutos, aunque pensé “con tanta motivación para despertarme a esa hora, no creo que sea necesario. Esta vez es firme mi propósito”.
4:45 am: lo dice el reloj pero yo no lo sé porque no estoy en el mundo de las horas. Me encuentro muy ocupada soñando quién sabe qué -solo algunas veces logro traerme mi saquito de recuerdos del otro mundo-. Una bulla que molesta me inquieta y desconcentra. Necesito con urgencia que se calle para poder vivir lo que estoy viviendo. Mi cuerpo da varias vueltas y se arropa mejor. Deseo mantenerme allí resolviendo el trascendental asunto. Iván se levanta y apaga el gong. Mi propia voz a lo lejos me recuerda a Rumí, pero es apenas un susurro que no dejo penetrar mi sustancial mundo onírico. Una comparsa de pájaros quiere ayudarme a encarnar mi resolución y sonrío agradecida, pero me acurruco sabroso dejándome llevar otra vez, hasta que dejo de oírlos. El sol sube, entibia, ilumina la habitación. Ainoa, mi hija pequeña, toma nuevamente la delantera al despertar. El haber tirado por la borda las horas que había reservado para mi propia intimidad (redundancia que considero válida porque la intimidad puede ser también con otro) me hace confrontar la primera frustración del día y el fracaso me hace querer dormir un poco más. Antes de abrir lo ojos me aseguro de haberme reconciliado: “necesitaba descansar” me convenzo a mí misma. Pensar en que el mundo de los sueños necesitaba de mí un rato más también me alivia. Reconozco, además, que a mi plan de madrugar debo añadirle acostarme más temprano. Despierto, hay que apurarse, es tarde…
Lo bueno es que el sol volverá a esconderse regalándome una nueva oportunidad para esperarlo despierta. Mañana sin falta madrugo. Mañana, seguro que sí. ¿Me acompañan?