Meditación Vipassana
Cuando me preguntan ¿qué tal Vipassana? Me cuesta responder. Un simple “bien” suena tan vacío. Suena igual como si hubiese ido a Margarita o a Cancún. Así que respondiendo “bien” me siento falsa y no porque no me haya ido bien, sino porque se trata de un “bien” tan distinto. Por eso decidí ir escribiendo Fragmentos de Vipassana en mi blog (avryl-yoga.blogspot.com). Allí les cuento por ejemplo cómo fue que rompí el silencio o cómo descubrí el poder de la postura de loto para “flotar”. Pero, para quienes no quieren leerse el cuento completo, aquí les va mi mejor intento de responder a la pregunta ¿qué tal Vipassana?
La meditación Vipassana redireccionó mi búsqueda hacia lo único que realmente me concierne: el marco de mi cuerpo. En los últimos meses he tenido lecturas, conversaciones y experiencias que tenían mi interés en las galaxias, en otras dimensiones, en otras vidas. Empecé a creer en cosas que nunca antes pensé en creer algún día, como los ángeles, los pleyadianos, las orbes, los seres que te utilizan como canal. El retorno de Innana, El morir consciente, Un curso de milagros, las charlas de Matías D´Stefano, son algunas de las cosas que han estirado mi mente con la elasticidad de un chicle bien masticado. No reniego de todo esto, pero Vipassana me “salvó” de quedarme divagando y me invitó a ocuparme de lo único que solo a mí me incumbe: mis sensaciones, mi cuerpo. De la piel hacia adentro hay tanto que sentir, hay tanto que resolver, tanto que descubrir y que dejar salir, -todo podría agruparse en el verbo “sentir”- que agradezco la oportunidad de mirar en la dirección correcta.
Durante los primeros tres días del curso te dedicas a “afilar tu mente” concentrarte en determinado punto de tu cuerpo: entre el labio superior y la nariz, y pasas casi 4 días solo haciendo eso, sintiendo ese pequeño espacio. Te sientes atrapado. La mente, tan infinitamente amplia, siente que le ponen una camisa de fuerzas. Pero el 4to día comienza la verdadera aventura. Comienzas a practicar Adhytana (la firme determinación de no mover ni la cabeza, ni los brazos ni las piernas durante toda la hora). Con esa mente disciplinada y muy capaz de enfocarse, comienzas a recorrer -porque así lo indica la técnica- cada célula del cuerpo de la cabeza a los pies y de los pies a la cabeza. Creo que lo que me hubiera costado muchos años en el diván de un psicoanalista lo resolví allí, sentada, entregada al simple hecho de “sentir”. Pasar tantos días dedicada a sentirme me regaló otra perspectiva de mí misma. Es desproporcionada la manera en que hemos regalado a nuestra mente todo el poder. Ya no podemos sentir sin pensar en ello, convirtiendo a la mente en la primera distracción de lo verdaderamente importante: la sen-sa-ción. Incluso hemos dejado a nuestra vida huérfana de esa guía que es el sentir y todo lo queremos resolver con el pensar. Nuestras relaciones, nuestras decisiones, nuestra cotidianidad en sí está llena de sensaciones que ¡hablan por sí mismas! No hay que ponerse a pensar en ellas. Le hemos dado la palabra a la mente hasta el punto que le hemos bajado el volumen al resto de nuestro basto y sabio cuerpo.
Vipassana te ayuda a hacerlo al revés: bajar el volumen a los pensamientos y subírselo a las sensaciones de tu cuerpo. Ya inmersa de nuevo en mi cotidianidad de madre, esposa, vecina, escritora, profesora de yoga, amiga, consumidora, y un largo etcétera de roles que jugamos a ser, si bien no acudo a la meditación cada mañana y cada noche como me gustaría, ya la necesidad de sentarme a meditar es más frecuente. Es como limpiar el trapito. Limpias con el trapito pero luego debes ir y limpiar al trapito. Todos los días hacemos una colección de sensaciones, todo lo que piensa nuestra mente compulsiva, todo lo que hablamos con los demás y todas las experiencias en que nos vemos involucrados durante el día, por sencillas o monótonas que puedan parecer, dejan en nosotros una huella.
Cada vez que te sientes a meditar, esas emociones/sensaciones emergen, si las escondiste en algún rincón de tu cuerpo, la meditación dejará que salgan. En una próxima entrada les ofreceré más reflexiones sobre mi experiencia de Vipassana. Mientras tanto, te invito a concientizar tus sensaciones. Hazlo al menos durante 15 minutos cada día. Dedícate un rato a solo sentirte. Verás cómo la mente no quiere quedarse callada, eso no importa, déjala ser y vuelve al trabajo: sentir. Son muchas las veces que tienes que volver a sentir tu cuerpo porque algún pensamiento te llevó lejos de él. ¡Esa es la práctica! ¿Y tú? ¿estás pensando tomar Vipassana? ¿a qué le temes? ¿Eres de los que ya la tomaste? ¡Cuéntame! Me encantará leer tus comentarios.